Un estudio demuestra que existe una correlación entre los jugadores de Minecraft y los 20+ Cm de pene.

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Quien escribe un libro lo hace porque quiere informar a sus lectores, o
bien entretenerlos, o bien ambas cosas. En cualquier caso, no debe renunciar a mantener cierto suspense que haga la lectura interesante y, en
el mejor de los casos, provechosa. Por eso ningún autor comienza su
obra contando el final, contando el fracaso palpable de su proyecto.
Quien quiera relatar un golpe de estado se concentrará más bien en
describir las circunstancias en las que fue tomando forma el plan del
levantamiento, detallará cómo se ejecutó después, hablará del valor de
los participantes, afeará a los enemigos su bajeza y, por último, celebrará el éxito cosechado o lamentará el trágico fracaso. Ningún escritor
optaría por seguir otro camino. Ninguno, salvo Adolf Hitler.
«En cumplimiento del fallo dictado por el Tribunal Popular de
Múnich, el 1.º de abril de 1924 debía comenzar mi reclusión en el
presidio de Landsberg, sobre el Lech.» Así reza la primera frase de la
primera página de Mi lucha. Al principio de esta obra en dos volúmenes se reconoce ya el fracaso, aunque también se ocultan algunos de
sus aspectos: «Así se me presentaba, por primera vez después de muchos años de ininterrumpida labor, la posibilidad de iniciar una obra reclamada por muchos y que yo mismo consideraba útil a la causa
nacionalsocialista». Hitler asegura haberse decidido a «exponer, no
solo* los fines de nuestro movimiento, sino a delinear también un
cuadro de su desarrollo». Desde el principio, hace una promesa a sus
lectores: de ese cuadro «será posible aprender más que de cualquier
otro estudio puramente doctrinario».

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